Cristiano Lovatelli, “amigo íntimo” del artista dublinés, lleva al Niemeyer una selección de los dibujos que el pintor le regaló durante una década
Desde la izquierda, ‘Pope’ (1992), ‘Pope’ (1979), ‘Pope’ (1991), dibujos de Francis Bacon. COLECCIÓN CRISTIANO LOVATELLI RAVARINO
Esta orgía de dibujos con ojos que quieren salirse de las órbitas, rostros deformes y bocas retorcidas los recibió Cristiano Lovatelli Ravarino durante los años ochenta por correo ordinario de su “amigo íntimo” el artista Francis Bacon(Dublín, 1909-Madrid, 1992). Un legado de cientos de obras de las que este periodista italiano ha enviado 73 —18 no vistas antes en España— al Centro Niemeyer (Avilés) para la exposición Fran@is Ba@on. La @uestión del dibujo,abierta hasta el 8 de abril de 2018. Parte de estas obras ya recalaron en Madrid y Valencia este año.
Lovatelli, en declaraciones a EL PAÍS por teléfono (no ha podido acudir a la inauguración por un accidente de coche) asegura que Bacon le hizo entrega de estos dibujos por su gran relación y “por venganza hacia las terribles personas que rodeaban al artista en Londres, que se aprovechaban de él y vivían de su dinero”. Entre estas piezas a lápiz y pastel sobresale la serie de más de 20 Papas, nacida de su obsesión con el Inocencio X que retrató Velázquez en 1650. Una fijación de la que Lovatelli asegura haber sido testigo. Una de las veces que se vieron en Roma, Bacon le pidió que le llevase a la galería Doria Pamphlj para ver el cuadro. “Se pasó siete horas observándolo”. Las reinterpretaciones de Bacon muestran al sumo pontífice vestido con colores kitsch y con un acusado contraste entre las bocas retorcidas que expresan horror y la quietud del cuerpo y las manos, que descansan una sobre otra.
La sacudida emocional se intensifica al contemplar la serie de crucifixiones, con seres carnales de pene al aire y pose agresiva. Escenas espantosas fruto de su fascinación por los cuadros de mataderos. “Un martirio de la carne”, en palabras del comisario de la exposición, Fernando Castro Flórez, que puede hacernos pensar que el autor era un ser atormentado, expulsado del hogar a los 16 años porque su padre no aceptaba su homosexualidad y que vio el suicidio de uno de sus amantes, George Dyer, en 1971 por una sobredosis de somníferos.
Sin embargo, Lovatelli lo desmiente con rotundidad. “Aunque estas obras reflejen una tragedia vital, Bacon era una persona encantadora, muy viajada, a la que le gustaba mucho salir de fiesta aunque lo hacía secretamente. Pero se ha proyectado una imagen de él trágica, cuando en realidad era muy alegre”. En este punto de la conversación, Lovatelli señala como responsables de crear ese sambenito a la galería londinense Marlborough, con la que Bacon trabajó prácticamente toda su vida artística. “Ellos lo presentaban como alguien que vivía en el drama y el dolor”.
Este “amigo íntimo” de uno de los grandes artistas del siglo XX, encuadrado en lo que se dio en llamar, tras la Segunda Guerra Mundial, la nueva configuración, añade que el pintor “ni siquiera tenía el papel adecuado para su trabajo, y él se lo enviaba de forma secreta a la secretaria de Bacon porque los Marlborough lo controlaban todo”. Lovatelli ahonda en sus invectivas contra los galeristas de su amigo porque solo le daban “el 20% de lo que generaba con sus obras”. Lovatelli añade que cuando alguien le advertía al genio irlandés de que podía aumentar sus márgenes de ganancias, él decía que “con lo que le daban ya tenía bastante”.
Volviendo a lo que se exhibe en el Niemeyer, el comisario de la exposición, Fernando Castro Flórez, subraya la técnica: “Muchos dibujos están realizados con unas ceras casi escolares, con una gran insistencia en las cabezas. En los retratos, lo más trabajado son los ojos y la boca, que transmiten mucha angustia”. El propio Bacon manifestó que no sabía lo que significaban esas imágenes que construía y que la primera ministra Margaret Thatcher tildó de “cuadros espantosos”.
Unas 15 cabezas de rostros fantasmagóricos se suceden en otro apartado de la exposición, cuyo nombre, Fran@is Ba@on. La @uestión del dibujo, alude a la polémica, con juicios incluidos, que durante años ha acompañado a las piezas de la colección de Cristiano Lovatelli. El comisario explica que “primero se discutió la firma de las obras, cuando se decidió que esta era auténtica, se discutió si lo eran los dibujos. La fundación de Lovatelli ha ido ganando todos los procesos y para ello ha sido importante que se demostrase que el papel sobre el que están hechas estas obras es el mismo que se encontró en su estudio”. Un estudio que, como se recuerda en la exposición, era como un basurero de recortes de periódicos, trapos manchados, hojas arrancadas de libros y polvo.
Otra “leyenda” que Lovatelli quiere enterrar con la muestra en Avilés, es la de que Bacon no era dibujante. Castro Flórez apostilla que este cliché sobre el artista se debe a los malentendidos en algunas de las entrevistas que dio. “Él señaló que no hacía esquemas preparatorios, pero no dijo que no dibujara. Son piezas en las que se advierte el empeño por que tengan sentido en sí mismas”. Lovatelli concluye este debate con una anécdota: “Una vez, en un restaurante en Bolonia, Bacon se vio implicado en un pequeño incidente. Para salir del paso, tomó papel y lápiz e hizo un retrato en solo unos segundos”.